Una de las tareas y aprendizajes más desafiantes que nos deja la pandemia es la de construir otro tipo de urbanidades. Replantear el modelo actual es urgente en tanto ha quedado al descubierto que tal y como están concebidas y habitadas nuestras ciudades son altamente susceptibles de convertirse en foco de expansión y agravamiento de cualquier tipo de crisis. Las injusticias y desigualdades sociales, económicas y territoriales persistentes no dejan margen de duda sobre la trascendencia de remodelar el territorio y recuperar usos y lenguajes. La ciudad debe ser devuelta a sus habitantes en todos los sentidos. Varias cuestiones se evidenciaron de manera esclarecedora: tener garantizada una vivienda adecuada salva; el confinamiento en el propio hogar es un riesgo para mujeres y disidencias; las infraestructuras, contenciones y economías barriales y de cercanía requieren ser pensadas como motor para la producción y reproducción de la vida urbana; y lo colectivo es central para sostener la vida; entre otras evidencias.
El 80% de les habitantes de este planeta vivimos en ciudades. No es posible, por este motivo, pensar la superación de la crisis multidimensional (social, económica, ambiental, sanitaria, política, de cuidados, etc.) a la que asistimos, si no planteamos ideas y acciones concretas para salvar a las ciudades de la espiral reproductora de la lógica de las ganancias en la que están subsumidas. Para tener una sociedad igualitaria, justa y libre de violencias es necesario trasformar las urbanidades y comenzar a construir ciudades en las que la sostenibilidad de la vida esté en el centro de las decisiones urbanas. Es decir, emprender el camino de edificar ciudades de cuidado o cuidadoras.
Hoy, tal como dice Gabriela Massuh (https://www.eldiarioar.com/opinion/buenos-aires-descuartizada_129_6623463.html), estamos caminando hacia ciudades que son un “significante vacío que brilla estático en una caterva de falsas promesas de gestión y sustituye la real dimensión de la irrecuperable pérdida: el espacio público. Ese espacio que nos hace participar de la diversidad en un proyecto común como seres políticos que sienten, piensan, razonan, preservan y comparten la raíz de un lazo social. Eso que nos convierte en una comunidad”. Es por ello que resulta indispensable deconstruir, reconstruir y recuperar la ciudad como bien público, y así volver a llenarla de significado.
Para avanzar en este proceso de deconstrucción y reconstrucción de la ciudad es fundamental entender cómo llegamos a este punto, comprender en profundidad al modelo de desarrollo urbano que ha generado tamañas desigualdades, discriminaciones y violencias, para poder revertirlo. El concepto de extractivismo urbano aparece como clave en este sentido, en tanto nos permite indagar fenómenos concretos y nos abre la posibilidad de ver esos fenómenos a través de la lupa del modelo económico que los produce, habilita análisis para desentrañar los andamiajes institucionales, los mecanismos del mercado, las tipologías de política pública desarrolladas, las estrategias de estigmatización y criminalización de las “otredades” expulsadas, excluidas y violentadas; y las construcciones materiales y simbólicas que han posibilitado que el neoliberalismo globalizado, usurpe dramáticamente los territorios urbanos y traspase la puerta de nuestras casas y nuestras vidas.
Las ciudades se han desarrollado espacial, funcional y simbólicamente desde el binarismo propio del sistema capitalista; desde una lógica que separa y organiza el espacio en función de dos centros: la vivienda y el trabajo. Entendiendo la vivienda como el corazón del ámbito privado y el trabajo como centro de lo público; el diseño de las ciudades, profundamente patriarcal, ha demarcado el mundo de lo privado (la vivienda) como el espacio de desarrollo propio de las mujeres y el resto (lo público, el trabajo) como el territorio de despliegue de los varones laboralmente activos. Una de las consecuencias de esta manera de diseñar la urbanidad es que otras funciones y servicios urbanos como la educación, la salud, y el esparcimiento aparecen casi como elementos ornamentales de la organización y los flujos urbanos. Poner los cuidados en el centro de la planificación urbana supone, entonces, romper con ese binarismo, ampliar los sentidos de lo privado y lo público y reconfigurar las jerarquías de las funciones en las ciudades. El urbanismo feminista ha desarrollado un abanico estratégico de discusiones y propuestas concretas en este sentido.
Construir una ciudad cuidadora que ponga en el centro la reproducción de la existencia en condiciones de igualdad y dignidad pasa tanto por transformar la redistribución y retribución de las cargas de cuidado, como por lograr que los valores propios de los cuidados atraviesen la esfera privada, dejen de ser de uso monopólico de los cuerpos feminizados y se conviertan en guía para las relaciones sociales, para el quehacer político y para que renazcan nuevas maneras de relacionarnos con la naturaleza y los bienes comunes.
En términos de planificación urbana implica poner en valor y darle centralidad a lo comunitario, a lo colectivo, a los espacios de encuentro, a la salud, a la cultura barrial y a crear espacios de socialización real. Socializar los cuidados, crear corresponsabilidad supone además replanificar los flujos de movilidad y transporte público y crear nuevas infraestructuras, servicios y equipamientos de cercanía, proximidad y accesibilidad que desdibujen las fronteras y la separación entre la vivienda y el trabajo, entre lo público y lo privado y que promuevan la deconstrucción de los roles de género.
El movimiento de cooperativismo y autogestión de la vivienda y el hábitat ha dado pasos y claves en esta vía. No solo ha desarrollado debates y planteamientos fundamentales; sino que la práctica cooperativa, de autogestión y ayuda mutua para la construcción de la vivienda ha demostrado ser una “alternativa para dar horizonte a mayorías excluidas protagonizando la construcción de otra economía y otros valores” (Rodríguez, 2021).
La Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM) se ha convertido en un ícono a nivel mundial. Su historia es ejemplar en cuanto al potencial que tiene la autogestión del hábitat popular y lo estratégico que resulta para la edificación de nuevas ciudades. Tal como se plantea en su Declaración de Principios “el Movimiento Cooperativo de Vivienda por Ayuda Mutua surge de las entrañas mismas de la clase trabajadora para resolver la problemática de la vivienda, y a partir de esa necesidad concreta fue gestando barrios que reivindican una vida digna y decorosa para sus habitantes. El cooperativismo de vivienda, en sus orígenes, estuvo ligado de manera indisoluble al Movimiento Sindical uruguayo y, a partir de allí, tomó una serie de definiciones estratégicas de carácter totalmente clasista. Esta visión globalizadora como clase, le permitió abarcar un conjunto de demandas que apuntan a una definición integral de la propuesta. El cooperativismo no se agota en la vivienda, sino que, a partir de ese presupuesto clasista, engloba todas las necesidades en tanto clase y no como sector parcializado de la sociedad”. (https://www.fucvam.org.uy/declaracion-de-principios/).
Dos de las experiencias constructivas pioneras de FUCVAM dan cuenta de estos procesos, el Complejo José Pedro Varela Zona 3 y el Barrio General Artigas. Dos territorios donde se construyó comunidad. Además de las más de 1200 viviendas que componen los dos complejos, las cooperativas construyeron jardines de infantes que posteriormente se convirtieron en jardines de gestión estatal, policlínicos abiertos al público, biblioteca comunitaria, clubes de fútbol, gimnasio cancha multideportiva, comercios: supermercados, y salones comunales, donde además de ofrecer actividades culturales y recreativas siguen constituyendo como los lugares de encuentro y de toma de decisiones de sus habitantes.
Las cooperativas en Uruguay han sido creadoras de hábitat, de ciudad de cuidados. Son un ejemplo de un diseño de ciudad que rompe dicotomías, que construye comunidad y que permite la colectivización de los cuidados; no solamente por la construcción de infraestructuras y espacios lúdicos, recreativos y educativos para las niñeces, sino porque han hecho barrio potenciando la posibilidad que la proximidad y que el vecindario genera para tener muchos ojos y muchos brazos sosteniendo los cuidados de manera colectiva y corresponsable.
A los dos lados del Río de la Plata se han llevado adelante importantísimas iniciativas de producción autogestionaria del hábitat, consolidando experiencias prefigurativas de otras ciudades posibles, de ciudades cuidadoras. Los conjuntos construidos cooperativamente son verdaderos ejemplos de un modelo de gestión popular del hábitat capaz de construir en coherencia con una profunda perspectiva de clase, instalando debates centrales para la derrota del urbanismo capitalista tales como la defensa de la propiedad colectiva, sembrando valores para nuevas relaciones sociales sustentadas en la solidaridad a través de la ayuda mutua y con una importantísima incidencia de la participación de las mujeres que ha conducido a que los barrios construidos en el seno de estos movimientos se convirtieran en verdaderos territorios de cuidado. Allí hay que poner la lupa, porque en el seno de este movimiento, tal como lo dice desde Argentina el Movimiento de Ocupantes e Inquilinos -MOI-, se construye con y sin ladrillos una nueva sociedad.
RODRÍGUEZ, María Carla (coord), 2021. Hábitat, autogestión y horizonte socialista. Construyendo con y sin ladrillos la nueva sociedad. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, El Colectivo.
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